domingo, 23 de octubre de 2011

El Caballero


[[Rasantes caballos se amontonaban en esa hacienda malhecha y casi en ruinas, pero de alegría y buena brisa]]. Era lo que los pueblerinos humildes decían sobre esa pobre choza que apenas existía en las afueras de las murallas del castillo, pues habitaba alguien que fue alguna vez un gran caballero y un leal ejemplo de valentía. Una dama, una princesa era la amada del caballero, pero más bien era un plebeya, mas el caballero no era más que carnicero, pues quedaron ruinas cuando su corazón dejó de ser aventurero por la vejez de su cuerpo. Lo que fueron en un tiempo ahora sólo son restos de sus acciones, que dio el respeto de hasta un rey o un príncipe. Pero al cabo de los años, días y semanas, se hizo visible que el tiempo no olvida, el tiempo cobra vida y el tiempo va con la naturaleza, pues lo divino decidió extraer el alma de la gran peregrina que ahora se encontraba discapacitada por las arrugas en su mirada, así cayó en su morada la gran amada. Pero el tiempo no socorría el sufrimiento del caballero ni respondía a sus llantos de ser muerto para ver la faz tierna de su esposa otra vez, el tiempo tenía otros planes.
El caballero se cansó de ver los cientos de ocasos todos los días y la luna al amanecer todas las noches. Su pesar eterno y sufrimiento seguía candente. Su vejez crecía pero él no moría.
Un día, al amanecer, al alba, cerca de la mañana, el caballero montó su fino corcel y sin que nadie se percatare cabalgó lejano hacia las planicies verdes y los montes risos. Cuando llegaba a su camino vio una iglesia bendita alzarse, un templo y su altar, en la ciudad que él buscaba desesperado. El caballero, cansado, desmontó el corcel ya casi gritando y jadeando por una gota de agua, recordó la vejez de sus pies y delicadeza de sus huesos. Cuando vio que el sol le teñía la piel, entró a la gran iglesia con estilos góticos y un altar refinado. Vio ver los mojes rezando y una pintura de su Señor en lo más alto. Con pisada torpe y ya ojos desorbitados por el esfuerzo se puso de rodillas y bajando la cabeza empezó el rezo, diciendo en la cabeza: ''MI Señor, creo que no te has percatado que tal vez a mi no me has cuidado como es debido, pues mi bienestar se ha ido con mi amada y mi infortunio ha venido, sabed mi sufrimiento, sabed mi angustia y ayudadme, mi Señor''. De pronto una luz descendía del cielo, una luz mística y celestial hasta llegar a los pies del caballero que humildemente no levantaba la cabeza, mientras los monjes se distrajeron de su rezo y vieron anonadados el gran destello de luz, mientras una voz resonó en las paredes diciendo:
''Que sería de mí, te presentas cuando necesitas mi ayuda, olvidando los demás años sin angustia''. Mientras el eco de la voz que se hablaba en canto, el caballero se atrevió a decir: ''Mi señor,  Mi Dios, que más he de amar que a ti, que más he de querer más que ti, que sin ti soy una pobre estatua, perdonadme, sabiendo que no lo merezco, pido morir que el amor en mí me carcome por dentro aspirando salir''.  De pronto el caballero que aún no levantaba la cara por respeto de pronto sintió una brisa ligera pasar por su cabeza y un roció suavizar su mejilla, cuando abrió los ojos, vio el rostro de la pura esencia de lo que su amor pidiera, la faz de su princesa.

Carlos Ignacio Navarro Ríos (Faisán)

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