¿Te he contado alguna vez que me enamoré de la persona más maravillosa del mundo? Seguramente ya te lo haya contado un par de veces, pero esque esa es la historia que más me gusta contar, la historia de mi amor, la historia de mi vida y la historia más bonita del mundo entero.
Comenzó el día menos pensando para mí, depués de haber deseado tanto sus labios, su piel, su olor, su voz, sus manos, todo lo que componíá al ser que yo tanto quería para mí. Quise olvidarme de él, sacarlo de mi pecho y de mi corazón, no volver a ponerme nerviosa al oír su voz...pero no pude.
Me enamoré sin quererlo, sin haberlo planeado, sin calcularlo, sin pensarlo. Me enamoré, y sé que si volviera a nacer mil veces más, mil veces volvería a escoger sus ojos por los que mirar y su boca en la que pensar.
Nunca me importó lo que gente pensara, yo sólo quería que ese maravilloso ser fuera mío y yo suya. De cualquier manera, pero necesita con ansia que sus manos recorrieran mi cuerpo con frío y que su boca calmara la sed de besos de mis labios. Deseé tanto que todo eso fuera cierto, que un día cualquiera se rindiera a mis encantos y accediera a darme lo que más feliz me haría, pero se resistió y el tiempo empezaba a correr.
Un día otoñal, en esos que las gotas caen vacilantes y nos obligan a llevar consigo un paraguas que no abriremos, pero si tendremos de incordio bajo el brazo, ese día algo extraño, nuevo y diferente pasó.
Llamó a mi puerta alguien a quién yo no esperaba, llamó de una forma que nunca antes había oído, y entró como ninguna otra persona ha entrado en mi casa y lo más importante, en mi corazón.
Me agarró por la cintura como si ya antes hubiera querido hacerlo pero no se hubiese atrevido, me besó, me besó tan apasionadamente que sentí derretirme en la entrada de mi casa, me sentí tan viva que sentí morirme por un momento. Me gustó tanto lo que estaba haciendo que por un momento pensé que se trataba de un sueño. Pero no era un sueño, el hombre que besaba mis labios y agarraba mi cintura me llevaba en brazos hasta mi dormitorio, acostándome en la cama ya desecha. Besándome con más pasión a cada instante, acariciando mi cuerpo hasta hacerlo temblar, clavando su mirada en mi silueta semidesnuda, prometiéndome que nunca más volvería a estar y que siempre estaría conmigo, no importaba cómo pero siempre estaría a mi lado, estas palabras fueron tan dulces a mi oído que todos y cada uno de los vellos de mi cuerpo se herizaron haciendo que sintiera un enorme escalofrío la espalda.
Derepente lo vi conmigo, ahora éramos uno, ya jamás seríamos dos personas que vagan por la inmensidad del desierto, ya no volveríamos a sentir sed de besos, o escasez de amor. Ahora no pensabamos con claridad, ahora sabíamos que ya no tendríamos que volver a pensar en nosotros separados.
Pues había llegado nuestro momento, el momento de vivir una vida siempre llena de alegría, emociones fuertes, sentimientos irrefrenables, habíamos encontrado esa estrella que espárabamos que cayese en nuestro camino, ya teníamos con quién seguir el camino largo o corto, tranquilo o turbio que es este de la vida, ya nunca volveríamos a mirar al lado y ver que se encontraba vacío. Ahora éramos él y yo, y no importaba nadie ni nada más, sólo él y yo.
Sé que lo amé con loca pasión, que fui feliz hasta el delirio, que cuando puede estar con él estuve a su lado, y cuando no puede pensé en él, tanto que a veces me llegué a colapsar por todo lo que pensaba sobre él. También sé que me amó tanto como yo lo amé a él, sé que por mi moriría una y otra vez, también sé que nunca me mintió cuando de amor me habló, y eso para mi fue lo mejor.
Por eso no me importa decirle al mundo que estuve, estoy y estaré enamorada de él, de sus ojos, de su olor, sus manos, su cuerpo y su sonrisa, por que él y solo él es quién le da sentido a mi vida, y eso es algo que no todos pueden hacer.
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