martes, 25 de octubre de 2011

Una cicatriz profunda de una herida que no se ha hecho


Con el tiempo, el cerrar los ojos se convirtió en la más grande tortura, solo te veía ahí parada al otro extremo del rio, tan bella como siempre, con tu cabello rubio y una boca roja que nunca más me volvería a besar, aunque no pueda hablar y tu no puedas oírme, quiero que sepas que jamás morirás, bella y dócil alma que ahora dormita en el regazo de la luna.
Un odio y una resignación incomprensible me trajeron hasta ti, solo el verte y ver que me sonreíste la primera vez que te vi, fue suficiente para volver a creer y lo incorpóreo se completaba al fin, ya no mas recuerdos dolorosos, no más tristes veranos empañados en lagrimas, solo paz en el alma. Sólo bastaron unas horas para darme cuenta que te conocía de toda una vida. Pasaron cinco días; días y noches completas contigo, enamorándome cada vez más, sintiendo tu corazón cada vez más cerca del mío hasta el día que te fuiste, no te volví a ver en cuatro meses y solo podía pensar en ti.
Al fin te vi, una noche de cuarto menguante en un parque lleno de gente, sin embargo, allí estabas, tan bella y frágil como te vi aquella primera vez, hablamos, volamos, sentía que con cada palabra tuya podía ser capaz de hacer cualquier cosa. Esa noche nos elevamos juntas hasta las estrellas, detuvimos y viajamos por el tiempo, observamos la gente y como nos observaban, una historia distinta en cada mirada, una única historia en la mía. Me encanta tu desdén y ese desprecio con sabor a limón hacia mí que te hacen parecer a un animal fiero frente a su agresor.
Una jornada escolar, no muy diferente a las otras, recibí una llamada, distinta a muchas que había recibido esa mañana por el simple hecho de ver tu nombre en la pantalla del teléfono, no pude contener mi alegría y con esa frivolidad que me encanta y te caracteriza simplemente me dijiste: - Quiero verte, necesito decirte una cosa, ¿Nos podemos ver a las 4 de la tarde el sábado en Unicentro?- No pude decir nada, lo tenias todo tan claro que no me quedo más remedio que aceptar con un simple  “si”.
Espere ansiosamente aquella tarde que cuando llego no sabía cómo vestirme o que hacer, solo me importaba que iba a verte. Al llegar te vi allí sentada, bajo la luz del sol había mucha gente pero al verte, todos parecieron desaparecer por un instante y solo estabas tú, con tu ropa perfectamente combinada y tus ojos puestos en aquel libro que pareciera que en cualquier momento este te tragaría y te llevaría a la historia dónde estabas tan concentrada. Al acercarme no fui capaz de dirigirte la palabra, solo me pare allí a mirarte, ella alzó la mirada, me sonrió y me entrego un pequeño trozo de papel que saco del libro. Antes de abrirlo me concentre en el título del libro: “el amor en los tiempos del cólera”, un poco confundida, desplegué el papel y tenia escrito con esfero negro y con la letra intendible que tenia: “Quieres ser mi novia”, abrí los ojos apenas leí su contenido, solo podía mirarte a los ojos y asintiendo la cabeza me senté a tu lado, sin decir una palabra sellamos ese “si” con el que considero el mejor beso de mi vida, al fin había probado esos labios que cada noche de luna llena me seducían, al fin había probado el sabor de lo prohibido y deseado, al fin te había besado, pasamos una tarde caminando y hablando y por supuesto haciendo alarde de nuestro amor prohibido.
Cada semana era mejor a la anterior cuando estaba contigo, compartías mis artes, mis formas de ver la vida, llegue a entender que tú eras todo lo que algún día había deseado encontrar. Pasaban tardes en que a veces el silencio me trasladaba al crecimiento, el mismo que tus labios en mi piel, no hay palabras, solo nos vemos la una en la otra un largo momento. Mis tardes favoritas eran esas cuando me ayudabas a pintar mi cuarto, recuerdo que me pintaste un hermoso camino  amarillo que nos llevará a un lugar diferente que solo las dos conoceremos de que se trata, ese camino lo borre después de aquella tarde, pero sé que no necesito mapa, mis pies conocen el camino.
No entiendo porque toda felicidad tiene un precio y toda historia un final, la mía duro 64 días y medio cuando te vi con heridas en tu piel y en tu rostro, no pude soportarlo y me rompí a llorar, nuestro amor tu lo habías pagado en carne propia, el orden de las cosas no se altera y si se altera, tiene su consecuencia, no soporte que sufrieras por mi culpa y que las marcas de un amor que no debía ser las llevaras en tu cuerpo. Es inútil besar lo que ya se ha ido, llega la oscuridad y no hay verdad que la noche no conmueva, nada ha muerto, todo se ha ido a tierras donde no puedo llegar. El viento se embriaga y mezcla lo vivido, ahora el llanto ha creado mi mirada. Finalmente acabaremos encontrándonos en días de seducción y muerte.
Solo recuerda que siempre serás mi luna y yo seré tu cielo.

Laura Liliana Cufiño Guerrero

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