martes, 25 de octubre de 2011

Pétalos de una Orquídea Ajena



Era una de aquellas noches donde el viento abrazaba las nubes, estaba oscuro y la luna se había escondido por detrás de la neblina. Miguel estaba de nuevo asomado en su ventana, tratando de pensar que no pensaría en nada y que por esa noche, al igual que en muchas otras, dejaría su mente en blanco.
Miguel era tan solo como la copa del árbol más grande del bosque, hacía tres días no le hablaba a nadie, poco a poco su alma se congelaba en la tristeza.
Cuando por fin la noche se tornó negra, Miguel logró desconectar su cabeza del mundo exterior y flotar en la inercia de la inconciencia. Sus noches eran llanas, no ocurría nada, únicamente esperaba el amanecer.
Al día siguiente el sol se coló por el cristal de su ventana, y lo hizo despertar. Era domingo, y por desgracia era el único día en que Miguel no podía distraerse con los fraccionarios y decimales que tapizaban su trabajo como contador. Dejando atrás las ideas ilógicas que habían planteado sus sueños, se preparó un café.
El breve calor de la mañana se fue convirtiendo en un horrible frío; algo similar ocurría con Miguel, su alma no soportaba más el frió de la soledad y se comenzaba a transformar en un bloque de hielo que convertía en escarcha su sangre.
Es curioso que en un día oscuro, salga el sol. No crean que exagero, ya que en la casa de enfrente, donde vivían una decrepita anciana y sus diez gatos, apareció lo más similar a un ángel.
Era radiante, de ojos verdes, manos suaves, pelo castaño y lizo, labios del color de una orquídea, además, tenía una silueta de matices finos y esbeltos. Aunque su belleza era innegable, el magnetismo que tenía esta mujer se hallaba en sus ojos, que emanaban haces de luz brillantes y finos.
Miguel sintió que de repente su corazón volvía a latir. Su sangre era fresca y cálida, sus ojos volvieron a brillar como los de un niño. Aunque la aparición de esta mujer hubiese sido efímera, la memoria de Miguel la conservaba tal cual y así lo haría hasta su vejez.
¿Quién era? ¿Cómo de llamaba? ¿Al menos era real? ¿De pronto todo era parte de una alucinación? Creo que no. La creatividad tiene ciertos límites. Miguel jamás hubiese sido capaz de concebir ese espejismo. Era perfecta…
Miguel se había quedado tanto tiempo alucinando, que no se dio cuenta que llamaban a su puerta. ¿Era ella? ¿Sería otro espejismo? ¿Sería todo parte de un sueño y pronto despertaría? Volvieron a golpear: ¡toc! ¡toc! ¡toc!
Su corazón parecía más grande y sus cuerdas vocales comenzaban a trabarse. Dios, que difícil describir el estado de angustia y excitación por el que pasaba Miguel. Sabía que era ella. ¿Quién más?
Su muñeca empezó a temblar y sus dedos a expeler sudor a cántaros. Era una agonía.
Por fin sus manos alcanzaron la perilla. No sabía si girarla o fingir que no había nadie en la casa. Decidió girarla.
Al abrirse la puerta, allí estaba. Igual de perfecta, igual de radiante, igual de bella.
Me gustaría decirles que en el instante en que sus labios comenzaron lentamente a separarse, ambos quedarían enredados en la telaraña que teje el amor, y que para los dos no importaría nada más que sentir el aliento del otro.
De repente, los ojos de la mujer se diluyeron en lágrimas, y salió corriendo lejos de allí.
Miguel se encontraba consternado, no entendía por que razón había salido despavorida.
Sin dudarlo un momento, quiso salir a su encuentro. Ya era tarde, la chica había tomado un autobús.
Por el resto de ese domingo, Miguel seguía anonadado, por lo bizarro de ese encuentro.
Con el pasar de las horas Miguel decidió ir a la casa de la anciana; quizá ella sabía algo.
Al llegar a la puerta de enfrente de la casa, la anciana lo estaba esperando.
Sin preguntar nada, Miguel se sentó en la sala y ella, como si fuese una vidente, le contó que la chica se hospedaba en un hotel del centro de la cuidad, le dio el teléfono, la dirección y el número de la habitación.
Miguel tomó un taxi, y en cuestión de quince minutos ya estaba entrando en el hotel.
La puerta de la habitación se encontraba abierta, y la chica tenía un papel en la mano.
El documento constaba de por lo menos de diez páginas, al parecer se trataba de un testamento. El nombre de Miguel se encontraba resaltado un par de veces. El difunto era el padre de Miguel. Desde ese instante, Miguel entendió por que sentía tanta empatía con esa chica.
Era su hermana.
Escrito por: Jacobo Betancur Peláez

No hay comentarios: