miércoles, 26 de octubre de 2011

Posdata


El café dejó de ser un gusto y empezó, paulatinamente, a ser una obligación. Aquí, en la fonda Abecedario, cada miércoles te espero. Hace unos crepúsculos, exacto, cuando el café era un gusto, tu taza lucía tu labial en su borde, orgullosa, espléndida. Me pregunto cómo has podido hacerle eso y me echo a llorar. La besabas para llenarte de su contenido, a mí me besabas para dármelo, cafeinizándome. Que se jodan tus cartas. Las voy a dejar en el canapé frente a la ventana para que las cubra el salitre y se disuelvan en el salado aire del mar en el que una vez, por impasibles, casi nos ahogamos. Y ahora, sólo ahora me doy cuenta de que quizá no eras tan diferente al malecón extraordinario donde algún joven conquistó a la que ahora es su mujer. Vuelvo en mí. La mesera se acostumbró tiempo ha a que soy algo así como una estatua y que mi pedestal es esta mesa, donde siempre recreo aquel momento: me pinto los labios de mauve métallique y beso la taza –ahí estás–, la pongo frente a mí como si estuviera frente a ti; digo alguna cosa sobre esos ojos tan tuyos que no están, y me muerdo los nudillos de ganas de besar el lunar extraviado que creo ver. Tus cartas no se van a joder. El salitre es lento. ¿Qué tal París, París? ¿Feliz por cumplir el sueño de visitar la ciudad de tu nombre? ¿Contenta y a la vez triste de estar con tu nombre mientras yo no? ¿Tu nombre está bonito? ¿Y la ciudad, también? Déjame lo de siempre, lo de siempre en las cartas. No quiero que se jodan, a mí me gustan. Las tomo entre mis manos, las acuno en mi regazo como acunaron alguna vez mis labios tu lunar. Agarro una de ellas, la abro despacito, cambio mi tono de voz hasta que sólo hay un hilillo que nos diferencia y me empiezo a leer lo que dices: “¡París está bellísima! Yo también, has de saberlo por las fotos que te envié, y perdóname la modestia que me falta, querido.” Escribes dos puntos y un paréntesis. “¿Qué tal el clima por allá? Acá estamos como a cinco grados. Nos toca abrigarnos mucho. Quisiera que me calentaras con tu abrazo, ¿cuándo vienes?”. Escribes dos puntos y una dé mayúscula, que sé irremediablemente se transforman en una cara llena de entusiasmo. Sigo imitando tu voz: “Te extraño muchísimo. En serio espero puedas venir pronto. Sabes que no podré volver a casa hasta bien entrado el otoño, por el mes de septiembre”. Lo sé, lo sé mejor. Esta es la carta que me traje a la fonda hoy, la del 17 de marzo, en la que también me dejas saber la forma tan particular con la que cuentas los días para vernos. Amo esta carta. A ti también te amo. “Y como sabes, jamás podrá faltar mi posdata”. No, no podrá faltar. Tras un sorbo de café y mirar la taza que no sostienes, no tengo que leer completamente para saber que siempre me dejas posdata: te amo, no tengo que leer completamente para saber que el amor tiene el color de tu pintalabios.

Daniel Alonso Carbonell Parody.

MI HISTORIA DE AMOR


Contemplando la maravillosa curvatura de las verdes tierras y de la fresca y pura brisa timbiana, escribo. Mis palabras quedarán cortas para adjetivar toda la hermosura que ante mis ojos se postula.  He venido a estas hermosas tierras del suroccidente colombiano como consecuencia de un traslado laboral de la notaría 4 de Usaquén en donde trabajaba hace ya ocho largos meses. Fue en el colegio San Juan de Timbío en donde empecé a laborar como contador de la institución, y en donde mi alma y mente conocieron la perfecta manifestación de la belleza femenina.
Para el día de mi llegada, la población se encontraba en fiestas, la jocosidad del ambiente, la música, el canto, la danza, el baile y la maravillosa gastronomía acompañada de exquisitas almojábanas, tortillas y pambasitos, chulquín, arroz atollao y birimbí eran deleites tradicionales de estas celebraciones anuales. Niños, jóvenes y ancianos bailaban y disfrutaban al compás del rítmo de las maracas y el palo de agua.
Tras finalizar el espectáculo, una dama de ojos azabaches, cabello largo y negro, baja estatura y tez morena subió al escenario e informó a todos los ahí presentes que requería del apoyo de los padres de familia para que los niños no desistieran de estudiar y continuaran con sus jornadas escolares, pues consideraba que  era el estudio, el camino para salir adelante. La información resultó inoportuna para algunos de los  ahí presentes, quienes le chiflaron, gritaron y pidieron la música de regreso. La hermosa mujer contuvo las lágrimas y bajó rápidamente del escenario, perdiéndose efímeramente entre la concurrida plaza central.
Había escuchado su melodiosa voz y cada una de sus palabras se incrustaba en lo más hondo de mi mente. Tenía la esperanza viva y el fuego ardiente, de poder volver a presenciar a la más íntima manifestación utópica que tejía entre mis sueños y miedos de la mujer perfecta.
Tras amanecer, me dirigí a mi nuevo puesto de trabajo, y mientras en la rectoría esperaba, escuché la voz que en mi mente sin cesar retumbaba. Entró al lugar en donde me encontraba y a mi lado se sentó. Buenos días, fueron las dos primeras palabras que cruzamos, y mi imprudencia varonil no se hizo esperar para indagar por su nombre. Telma Noscué fue su respuesta, y me dirigió enseguida la misma pregunta. Vi cómo existía de la nada una química sin igual entre aquella mujer y mi ser, y cómo entre cada advenediza pregunta formulada y respondida, se iba creando un telar de sentimientos a flor de piel.
Tras mencionar su preocupación por la educación de los niños, fusionamos nuestros pensamientos y le manifesté mi intención de ayudar a que los infantes se incentivaran por aprender y regresaran a estudiar. Acordamos que todos los días, luego de terminar nuestras labores en la escuela, nos dedicaríamos al proyecto, y no perderíamos el tiempo para conocernos un poco más. Fueron varios los días recorriendo el verde y disfrutando de su compañía, de sentir cómo dos son uno y cómo se podía luchar por el futuro de nuestro país. Encontramos que como factor principal de la deserción escolar de algunos niños se encontraba la necesidad de ayudar a los padres en el sostenimiento económico de la familia. Un panorama bastante complejo, pero que tras largos procesos de trámites, culminó en el cubrimiento de un 85 por ciento de la pensión escolar, y la vinculación de familias y madres cabeza de hogar a programas estatales de asistencia alimentaria. Lo cual no habría sido de otro modo posible, sin la participación activa de organizaciones no gubernamentales y el gobierno.
Todo lo logrado, me enseñó que es cuestión de amor, de querer un futuro mejor, de bajar esos ideales y hacerlos reales, los verdaderos promotores de la transformación de un mañana mejor. Fue en este camino, en el que conocí y me enamoré de mi alma gemela, de la mujer ideal hecha carne y hueso, de la madre de mis hijos, de la esposa que Dios me brindó. Me enamoré del verde de los prados, de la omnipresencia del sol, del color de las margaritas, azucenas, claveles y orquídeas, del olor de las rosas y de la textura de los dientes de león. Me enamoré de un todo llamado Timbío.

María Paula Díaz Bejarano

Él Soñaba y no se sabe cómo pero fue posible


No se sabe cómo pero llego al mundo en el hospital más lúcido del pueblo ubicado entre la calle quinta y sexta al lado de la familia Correa. Sé escuchaban sus quejidos, sus llantos, sus gritos. De repente toda la entidad hospitalaria quedo en silencio, quizás habían escuchado el más terrible y doloroso nacimiento que una madre pudo haber tenido en la historia del hospital, o de la ciudad. Y así nació Santiago, hijo de Doña Dorita la querida lavandera del pueblito, que le daba pan a su hijo de ese oficio aprovechando el cansancio de los trabajadores que no tenían esposa y que  llegaban sin fuerzas y energías como para ponerse a lavar, de los vagos también recibía ganancias. Dorita también hacía otras cosas, decía ella, mirar las bandadas de flacas palomas que atravesaban el firmamento, ver mariquitas entre la maleza, o los gusanos en el fango, aunque podemos agregarle su enorme profesión de madre viuda ¿Por qué no? .Santiago tenía ya poco menos de 1 año. Dorita cumplía su estancia número 42 en la tierra, ella a ratos pensaba, trataba de descifrar lo que le había escuchado a uno de los médicos que atendía su parto “La señora ya tiene 41, ojala el pelao’ le salga bien” .Ella no entendía muy bien lo que eso quería decir y si en realidad era eso lo que había escuchado al doctor, ya que apenas estaba despertando del letargo causado por la anestesia. Los días no pasaban pero de repente Santiago tenía 4 años, y era un niño alentado, cachete rosado y de vez en cuando le daba una ‘gripita’. Dora no se preocupaba lo veía común y corriente lo llevaba al parque a jugar con otros niños, flacos ellos sí, lo único que se les veía era la panza, pero por las lombrices. En las plazas de mercado era común verlos todos los días de “descanso” comprando el pan, la yuca, la papa, y las plantas aromáticas que a Doña Dorita tanto le gustaban, para que la casa oliera a cielo. Todo es cotidiano, pura monotonía, Dora lavando y observando por la verdad, Santiago en una esquina del patio sentando en una silla de plástico mirando hacia el suelo, con sus 10 años, una cara triste y amarga leyendo a Cortázar, aunque no entendiera nada. Dorita pasaba con ropa sucia hacia el lavadero que comúnmente en el pueblo  están en los patios, y logra ver a Santiago, no al Santiago de sus brazos si no a un Santiago diferente. Una cosa que ella nunca había visto. Él soñaba y soñaba, Santiago acostumbraba a ver una esfera blanca en el cielo de noche, y él quería ser como ella, se enamoro de ella y a su lado quería estar. Santiago devoraba libros de Borges, de Silva, de García Márquez, de Neruda, y toda página nueva o vieja que lo llame con su aroma. Aunque no entendiera nada. Ya el parque no era su lugar favorito, era el patio a medio día, porque el bombillo de la casa alumbraba negro. No se sabe cómo pero se escuchaban los mismos llantos de hace 17 años cuando Santiago nació, este llorando a inmensidad en su habitación. Su madre tratando de preguntarle desde afuera de la cortina qué era lo que sucedía, no de la puerta porque no había…el pueblo también lo escuchaba, las gentes cansadas porque no dejaba dormir para madrugar a trabajar, salieron y se fueron derecho hacía la casa del extraño Santiago y la lavandera Dorita. De repente una maza de personas estuvo afuera en el andén, preguntándose el porqué de los sollozos hasta que la casa se lleno de personas, Dorita no pudo evitarlo y juntos abrieron la cortina, Santiago era un Planeta. El noveno planeta del sistema solar en la tierra, había sangre, brazos, piernas, ojos, orejas, la nariz y otras cosas que no me acuerdo por ahí regadas.
Santiago el planeta, crecía y crecía, cada día levitaba 1 metro más, las ropas se le dañaron y Doña Dorita, ahorro 2 cubos de jabón. No sé cómo pero Santiago ya estaba en el universo con los otros planetas, y seguía leyendo a Borges, a Silva, a García Márquez, a Neruda, y a toda página nueva o vieja que lo llame con su aroma (Viejas prefería él). Santiago era especial, Sí tenía Síndrome de Down y no entendía los libros, pero usted tampoco los entiende. Solo su mamá lo sabía y prefería no dejarlo salir al parque. Y la gente aprendió a ver las cosas mejor desde afuera, pero desde la tierra y cuando levantaban su mirada al espacio veían a un joven, a un planeta, a Santiago llorando de amor y felicidad su estancia fuera del mundo donde lo mal trababa y lo acosaba. Una noche se escapo del sistema solar y  se dirigió hacia la luna, se presento y fue la noche más especial, ella era especial, los dos eran especiales.

Jhon Kevin Marín Pimienta

El péndulo del mago


Exactamente  a la media noche,  la mujer del mago se levanta a sostener el péndulo de su amado; cuando aquella mano insegura sostiene esa cadena de metal,  la mente  se dispone a encontrar en el objeto fluctuante la verdad. preguntas dicotómicas invaden la habitación, los miedos, el deseo, la dependencia, la vitalidad, las pasiones, las dudas… cada uno de los sentimientos contenidos en el amor fluyen por el palacio de voluptuosa silueta; cuando la pequeña vocecita de la consciencia toma el dominio, el  movimiento lento pero certero del péndulo, responde. 

Ella, tiene la piel blanquísima, que en esta noche se ve iluminada por la luz cálida de una lámpara; todos los acontecimientos ocurren dentro de sí; aquellas cosas que están fuera de la sábana y el péndulo que ella retiene, no existen. En esta ocasión prefiere cerrar los ojos, de esta forma, la reacción producida por las respuestas, será más llevadera. Lo primero que se distingue es un sombrero de copa, bajo esté, unas cuantas cartas extendidas en una franela roja, el color pasión penetrante, dos cejas marcadas, la voz; es su mago.  A diferencia de la limitada cuestión que ella se ha planteado, el péndulo la transporta a una inagotable fuente de alternativas que empiezan a surgir desde el objeto ahora inquieto.

La vemos asombrada y nerviosa, trata de explicar el truco, permanece con la mirada atenta, con sus ojos sin parpadear; pero su mago es tan ágil, que ni por un segundo deja escapar de sus dedos el misterio. Las cuatro ases de la baraja salen sin problema, espontáneamente.
  -Imposible, se dice.
- ¡ya lo descubriré!.

El péndulo sigue oscilando, esta vez, un cuerpo se balancea al compás de un abracadabra, la magia se desenvuelve en forma de caricia, es el éxtasis: Roce entre labios, yemas sobre los ojos, sobre la piel que se impregna de secretos.
¿Querías descubrir mis trucos pequeña hada? Ahora están en tu piel, basta con que los espolvorees con tu magia para que poseas todas mis verdades.

El péndulo se detiene, un recuerdo fatal le agobia, la memoria de las sensaciones. Ella empieza a llorar desconsoladamente, la culpa se vuelve insoportable, se desplaza por sus alas, sabe que fue un error sacudirlas por el mundo, que en cada vuelo, un aterrizaje forzoso se presiente. El deterioro de los tesoros de su mago se daba, cada vez que ella con un buen pretexto  lo detestaba; por odioso, por engreído, por petulante, por ingrato…desde el sudor y la tinta de su piel, caía roció acido sobre las flores, simultáneamente moría un trozo extraordinario de mago.
El péndulo se mueve errante, el indómito impulso de la tristeza lo maneja; El cuerpo del mago se pierde levitando, se ve en su rostro decadencia, unas manos deformes se despiden de ella; es una ilusión, un hipnotizado muñeco en dirección a la fantasía.


Es el corazón, el péndulo es su propio corazón; quien la transporta a una nación de delitos inexistentes; en donde  el sentimiento fundamental se parece a la admiración y a la incredibilidad, al odio y a un desproporcionado capricho; sensación i-real  que a través de actos de magia, revive a las almas casi crudas.
Sí, aún te ama. Responde el péndulo de izquierda a derecha; lo hace aunque él ya no exista.

Valentina Castaño Hoyos

UNA HISTORIA DE AMOR



Lo conoció cuando ella ya tenía una niña de 6 años, eso a él parecía no importarle, todo al principio parecía un juego, pero terminó por parte de ella  en una traga como llaman “maluca”, para él creo que no porque a los dos meses de relación decidió terminar ella, eso le dolió mucho; quiso olvidarlo pero no pudo y trató de todos los modos en volver con él; al fin lo consiguió y parecía que todo iba a funcionar muy bien pues ya la relación se fue haciendo más fuerte y ya no era de dos meses sino de dos años, tenían problemas como cualquier pareja, peleas, insultos y a veces llegaban hasta las manos, pero finalmente todo se arreglaba, así fueron pasando los años. Desafortunadamente el tuvo que irse a trabajar lejos de ella y fue un año muy duro pues ella se enteró que en el tiempo que estuvo lejos se había conseguido otra novia quiso evitar que le doliera pero le dolía y lo peor era que cuando se veían, él hacía como que no estuviera pasando nada. Pero nada de eso le importaba pues ella lo quería tanto que hasta eso se lo perdonó, porque ella creía que el amor era eso saber perdonar y saber olvidar. Lucharon mucho por ese amor pues tenían muchos problemas con la familia de cada uno de ellos, en  casa de ella no lo querían y en  casa de él  tampoco a ella, pero eso tampoco les importaba, en esos momentos lo que les importaba era su  relación. Pasaron ya cuatro años de estar juntos luchando y enfrentando muchos problemas como el desempleo, de pronto parecía que había una lucecita en el camino, ya eran inseparables, él consiguió un muy buen trabajo y resulta que para bendición de Dios ella estaba embarazada, ambos lo tomaron como algo muy lindo aunque ahí volvían a empezar los problemas, ya que ella ya tenía una hija y la familia de él no hubiera querido que tuviera un hijo con aquella mujer porque según ellos no era la mujer que el hijo se merecía. De todas maneras tomaron la decisión de irse a vivir juntos, ya que la familia de ella no iba a tomar con buenos ojos otro embarazo, pues a ella le había tocado sacar adelante a esa primera niña sola. Parecía que todo iba bien ella trabajaba todo el día y él en su nuevo trabajo tenía turnos distintos cada día, pero estaban felices de estar juntos sin tener quien los molestara o quien se metiera en su relación, pero desafortunadamente todo empezó a desmoronarse cuando un día alguien llega al trabajo de ella y le dice que su amor ha sufrido un accidente y que está grave en el hospital, ella sale de su trabajo con la esperanza de que ese accidente no haya sido grave, pero cuando llega al hospital se da cuenta de que ya no hay nada que hacer, pues su gran amor tiene muerte cerebral por un golpe en su cabeza, siente como que el mundo se le cae, quiere morirse, desea que todo sea un sueño, pero no, es la dura realidad, su gran amor va a morir no se sabe cuándo pero lo hará. Pasan las horas, los días y solamente se hace más eterna la espera viendo a su amor que no lucha por su vida, como un vegetal, pero ella está ahí y no se separa de él. Lo único que hace esa situación es que la familia de él le hable solo para decirle que es mejor desconectarlo para que no sufra, decisión en la que ella no está de acuerdo y se los hace saber. Además de que vale  eso si la realidad es otra conectado o desconectado va a morir, solo hay que esperar el momento. Pasan tres días y sucede lo inevitable, era un domingo, cuando todos los amigos han decidido ir a visitarlo al hospital, hasta una prima que vive muy lejos y fue una de las  que estuvo presente casi siempre en esta historia mientras vivió en la misma ciudad, viajó a verlo, desafortunadamente la prima llega al hospital, lo alcanza a ver más o menos tres minutos, él sufre un paro cardíaco y muere, en ese momento llaman a la mujer que está en embarazo de él, pero ya es tarde no pudo estar con él en sus últimos momentos, pero queda con la satisfacción de que viene en camino un hijo de los dos y de que estuvo con él en las buenas y en las malas, ahora solo resta esperar ese bebe con todo el amor del mundo. Pero el dolor no se va y esta mujer sufre durante todo el resto de su embarazo la pérdida de aquel hombre por el que tanto luchó, el que tanto la hizo sufrir; eso ya no le importaba ese sufrimiento que tuvo lo quisiera tener mil veces si con ello le devolvieran a su amor.

MARIA PAULA CAMPO OBANDO