domingo, 13 de mayo de 2007

PELIGRO: LEER LIBERA



POR UNA VERDADERA EDUCACIÓN

Peligro: leer libera

Cristian Valencia. Columnista de EL TIEMPO.

El verdadero analfabetismo se mide por cuántos libros se leen al año.

Como leer tiene que ver con la libertad, individual y política, sin duda alguna aquello de 'Leer libera' como lema de campaña institucional resulta acertadísimo. Pero es un lema inofensivo, que no pasa de ser una de esas cosas rimbombantes para mostrar en el exterior, o para rendir cuentas de gobiernos, o para no sentirse tan culpables.

Porque en la realidad nacional, la gran mayoría de colombianos no leen, ergo no son libres. Y las causas de esa carencia están íntimamente ligadas al establecimiento que, a la postre, pareciera no estar interesado en la dignidad de las personas ni en las libertades individuales. Digo a la postre porque de otra manera no se puede explicar que un país de 40 millones de habitantes tenga un índice de lectura tan bajo.

Dice la Cámara del Libro que el promedio es de 1,2 libros al año, lo cual sería una maravilla si todos y cada uno de los colombianos leyeran aunque fuera uno. La triste realidad de esa cifra es aún peor de lo que parece. No son 40 millones que leen un libro; son un millón de personas que leen cuarenta libros cada una. Y es ahí donde todo resulta tan árido en nuestro país. En donde los esfuerzos para promover la lectura no pasan de ser lemas pretenciosos y folletos bien impresos. El verdadero analfabetismo de un país no está signado por cuántas personas sepan leer y escribir, sino por cuántos libros se leen sus habitantes al año.

Cualquiera podría entonces atreverse a decir cosas excluyentes como: "Es que el pueblo es de una ignorancia subida", o "A esa gente no le importa nada". Comentarios inocentes y facilistas, para mi gusto. Porque si fueran ciertos, podríamos postularnos para un récord Guinness: el país con más brutos por centímetro cuadrado. Me resisto a pensar una cosa así. Por el contrario, pienso que la gran mayoría de los colombianos son tan inteligentes como los habitantes de Alemania, Francia, Inglaterra, pero no tienen la menor oportunidad de desarrollar esas capacidades.

Luego de tanta democracia y tanta República seguimos siendo una partida de 'patirrajados', ignorantes, que consumen sus días pensando en la palabra comida. Casi 200 años no han sido suficientes para consolidar un sistema educativo que funcione; casi 200 años como República fueron necesarios para que el concepto de ser humano desapareciera de los diccionarios personales. Casi 200 años después, pareciera que el único proyecto oficial de largo plazo ha sido promover la ignorancia o evitar a toda costa que los ciudadanos se eduquen.

Porque una verdadera educación se vería representada en la madurez política de todos los colombianos. Y podríamos sostener conversaciones magníficas en la calle. Con un obrero cualquiera podríamos discutir de Nietzsche en las esquinas, o hablar de las funestas consecuencias del fascismo en la Europa del siglo XX, y hablaríamos de la primavera negra de Praga, tal vez comentando Yo que he servido al rey de Inglaterra, de Bohumil Hrabal, y reiríamos juntos pensando en famas y en Cronopios; y sabríamos cuidarnos de todos los Julián Sorel, aquel arribista de Rojo y Negro tan famoso; y entenderíamos la desgracia de Jean Valjean, quien pagó 20 años de cárcel por robar un pan en un invierno inclemente; y todos sabríamos de libertad, aunque fuese desarrollando la imaginación, desde los mundos posibles que ofrece la literatura.

Para nuestra desgracia, esto que acabo de escribir también es ficción. Sobre todo a la luz de los elevados precios de los libros, o ante la amenaza de que los van a gravar con un impuesto. Un golpe más.

Entonces recuerdo los discursos oficiales durante la Feria del Libro, y recuerdo que el año entrante Bogotá será la capital mundial del libro. Y cuando recuerdo esas cosas pienso que estoy enloqueciendo. O que me está enloqueciendo ese discurso tan bipolar, tan ciclotímico, tan delirante.

cristianvalencia@yahoo.com


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