CATEGORIA 2
PRIMER PUESTO
POR QUINTA
VEZ
Me deslicé hacia un costado
del banco y le señalé que se sentara. Era la segunda clase pero parecía una
dejavú de la semana anterior. Puse sus manos sobre las teclas para que
percibiera esa lisa y tibia sensación que transmite un viejo piano de cola.
Recorrimos el teclado en su totalidad, sin orden, sin prisa, sin objetivo; como
deben ser todos los paseos.
Nuestras manos se posaron
sobre el Do central y en ese instante me pidió que tocara. Alguien dijo una vez
que las notas son las siete maravillas del mundo de la música. Pues en ese
instante las busqué por entre las teclas, me sumergí en un mar de sonidos y silencios y por
segunda vez fui feliz; la miré sutilmente de reojo, como si hubiera visto un
fantasma de pasado y al ver sus ojos pardos fijos en sus manos me detuve. Con
mi mirada la invité a que continuara mi tonada y con la espontaneidad digna de
un infante tocó sin saber qué notas nacían. Siguió tocando por un período
incognoscible de tiempo y ahí fui feliz una tercera vez. Náyade se abandonó en el piano y aunque no
era posible parecía que supiera qué estaba haciendo, parecía tocar una de esas
composiciones de los grandes de la música a los cuales ninguno de los dos hemos
oído, de una manera encantadoramente fea hacía sonar al piano como sólo lo
haría ella…como sólo podría tocarme a mí. Se detuvo. Me miro y deslizó su
mirada a través de mis ojos. Un me gustas brillaba en ellos. La abracé. Fui
feliz por cuarta vez.
Me indicó que se tenía que ir
y me hizo una seña que no entendí. Sólo con ella había vuelto a practicar ese
lenguaje y las señas como cualquier otra cosa se olvidan con el desuso. Ahí
comprendí que nunca volvería a dejar de practicarlo. Me juró que volvería, que
quería aprender a tocar el piano. Que era el mejor pianista que existía y que
sólo yo debía enseñarle. Partió tras un tímido beso. Me asomé por la ventana y
viéndola alejarse me prometí que nunca aprendería a tocar, no debía saber de
música. Era verdad, sólo yo debía enseñarle; sólo ella podría aprender de
alguien que no sabe absolutamente nada de piano, sólo ella podría en su sordera
oír las tonadas de mis sentimientos por ella.
Ha pasado una semana. Es
jueves. La ansío. Espero frente el piano sin poder tocarlo: literalmente. Suenan pasos. Por fin ha llegado. Ha llegado la quinta
vez para ser feliz.
LEONARDO
HELBERT CAMARGO PINTO
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