martes, 20 de noviembre de 2012

III CONCURSO NAL DE HISTORIAS DE AMOR


CATEGORIA CUATRO – SEGUNDO PUESTO

EXILIO

La buscó ¡Maldita sea! En medio de las sábanas no estaba, en los rincones de la risa dejó de existir, a la orilla del arroyo nunca llegó ¿En dónde estás? Le preguntó a la imagen de su recuerdo, a la fotografía de quien pidió que la esperara. Pero ¿Cuánto tiempo la tendría que esperar? – ¡Cállate maldito reloj! – El hombre no quiere saber del tiempo. Para qué lo va a contabilizar si ya es amigo del bar, de los gritos poéticos de Joan Manuel Serrat e incluso de la solterona que trata de seducirlo ¡De ella no hablaremos! O no hablaríamos sino fuera por simples tres motivos: es una solterona que no excede los 25, cobra muy caro y es quien recoge de la barra cada uno de sus escritos. El hombre los deja para antes de marcharse y ella los lee para comprobar que no podrá seducirlo

Me detengo, o mejor dicho, me detienes. Empiezas a besarme desesperadamente y solo me das tiempo a entrar a tu casa. Casi que los dos nos obligamos a desvestirnos. Hacemos el amor como nunca antes lo habíamos hecho, y eso es verdad, nunca lo hicimos. No se me ocurrió pensar que esa bienvenida era tu adiós, que ese enredo de cuerpos era un fin, y que esa infinidad de besos era para decirme que había otro hombre cerca de ti. No importa, sabes que te amo, y juro que te seguiré amando porque sé que eres feliz... ¿Eres feliz? (Noviembre 27 del 95)

A ese tiempo ya era mucha la distancia. El rostro del hombre se llenó de curvas laberínticas y su cabello había empezado a nevar. Era una tarde de Abril. En el bar ya nadie lo recordaba. Sonó el teléfono – ¿Aló? – La voz de ella se escuchó al otro extremo. Sabía que llamarías – dijo él – Por eso no rompí mi juramento. Apuntalado a su bastón se levantó y abrió la puerta – Date prisa. No creo que aguante los mismos cincuenta años que esperé para nuestro encuentro. Te adoro – Se escuchó de ella antes del silencio. 

Tres años después un ataúd salía de la casa del viejo. No hubo hijos que lo lloraran, ni esposa que se abalanzara, ni siquiera una solterona que le devolviera los recuerdos. Amigos lo llevaron hasta el lugar que él más odiaba y sobre la tumba escribieron sus memorias, la vida completa, su mayor deseo – "No importa, en el cielo te espero".


Javier Muñoz Hoyos

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