CATEGORIA
CUATRO – SEGUNDO PUESTO
EXILIO
La buscó ¡Maldita sea! En
medio de las sábanas no estaba, en los rincones de la risa dejó de existir, a
la orilla del arroyo nunca llegó ¿En dónde estás? Le preguntó a la imagen de su
recuerdo, a la fotografía de quien pidió que la esperara. Pero ¿Cuánto tiempo
la tendría que esperar? – ¡Cállate maldito reloj! – El hombre no quiere saber
del tiempo. Para qué lo va a contabilizar si ya es amigo del bar, de los gritos
poéticos de Joan Manuel Serrat e incluso de la solterona que trata de seducirlo
¡De ella no hablaremos! O no hablaríamos sino fuera por simples tres motivos:
es una solterona que no excede los 25, cobra muy caro y es quien recoge de la
barra cada uno de sus escritos. El hombre los deja para antes de marcharse y
ella los lee para comprobar que no podrá seducirlo
Me
detengo, o mejor dicho, me detienes. Empiezas a besarme desesperadamente y solo
me das tiempo a entrar a tu casa. Casi que los dos nos obligamos a
desvestirnos. Hacemos el amor como nunca antes lo habíamos hecho, y eso es
verdad, nunca lo hicimos. No se me ocurrió pensar que esa bienvenida era tu
adiós, que ese enredo de cuerpos era un fin, y que esa infinidad de besos era
para decirme que había otro hombre cerca de ti. No importa, sabes que te amo, y
juro que te seguiré amando porque sé que eres feliz... ¿Eres feliz?
(Noviembre 27 del 95)
A ese tiempo ya era mucha la
distancia. El rostro del hombre se llenó de curvas laberínticas y su cabello
había empezado a nevar. Era una tarde de Abril. En el bar ya nadie lo
recordaba. Sonó el teléfono – ¿Aló? – La voz de ella se escuchó al otro
extremo. Sabía que llamarías – dijo él – Por eso no rompí mi juramento.
Apuntalado a su bastón se levantó y abrió la puerta – Date prisa. No creo que
aguante los mismos cincuenta años que esperé para nuestro encuentro. Te adoro –
Se escuchó de ella antes del silencio.
Tres años después un ataúd
salía de la casa del viejo. No hubo hijos que lo lloraran, ni esposa que se
abalanzara, ni siquiera una solterona que le devolviera los recuerdos. Amigos
lo llevaron hasta el lugar que él más odiaba y sobre la tumba escribieron sus
memorias, la vida completa, su mayor deseo – "No importa, en el cielo te
espero".
Javier
Muñoz Hoyos
No hay comentarios:
Publicar un comentario