viernes, 1 de junio de 2012

SAN ANTONIO, BIOGRAFIA 2

segunda parta

BIOGRAFÍA DE SAN ANTONIO DE PADUA




TRASLADO A COIMBRA
La situación insostenible en San Vicente hace que Fernando Martins pida ser trasladado al monasterio de Santa Cruz de Coimbra, la «casa madre» de la orden en Portugal, iniciada por Tello, archidiácono de la catedral de Coimbra. Esperaba que la distancia curase las heridas y aportase calma. Cuando llega Fernando, en torno al 1212, todavía se percibía en el ambiente el «buen olor y el latir» del testimonio evangélico de San Teotonio, su primer prior.
Con frecuencia hemos acaramelado la vida de Antonio (Fernando) hasta hacer de ella un cuento de hadas. Su talla viva y real requirió la forja de la propia personalidad, la exigencia del cincel y el martillo de opciones y renuncias, el sudor y el esfuerzo de quien se pone en camino porque se fía de la palabra del Señor de la vida: «Sal de tu tierra y de la casa de tu padre, y ve a la tierra que te mostraré» (Gn 12,1).
El catálogo de la biblioteca de San Vicente de Fora, que ha llegado hasta nosotros, de la época de Fernando Martins, muestra la riqueza de sus fondos y una formación enciclopédica prestada al santo, como se constata a través de los «Sermones Dominicales y Festivos».
En la formación va a tener, en San Vicente, maestros de gran talla, como el Maestro Pedro, prior de San Vicente, y Petrus Petri, hombre eminente en gramática, medicina, lógica y teología, además de ser un gran predicador. Y en Santa Cruz de Coimbra, centro intelectual de gran importancia, la escuela de los Victorinos de París dejará en Fernando una profunda huella agustiniana, y la influencia de la personalidad de Hugo de San Víctor.
Formados en París, y probablemente maestros suyos, son el llamado maestro de París, por haberse formado en dicha ciudad, el maestro Juan, prior de Santa Cruz en los años treinta del siglo XIII, y el maestro Raimundo,canónigo muy versado en diversas ciencias.
El ambiente de comunidad y apostolado en Santa Cruz de Coimbra se ve sacudido y perturbado por los enfrentamientos entre los reyes de Portugal y la Santa Sede, llegando a vivir en sus claustros banderías y discordias entre grupos de canónigos de uno u otro bando.
Alfonso II, con el fin de amedrentar a la Santa Sede, de la que era vasallo, y a la Iglesia portuguesa, desterró al obispo de Coimbra y en su lugar colocó al de Oporto. En estas luchas, el rey se vio apoyado por el prior de Santa Cruz, Juan. Inocencio III excomulgó al prior, esclavo del rey. El otro bando, adicto a la autoridad del papa y al obispo de Coimbra, estaba capitaneado por el docto Juan.
Estos hechos ayudaron a Fernando a madurar y forjar su propia personalidad, a «renunciar» a su comunidad ideal y a comprender que la comunidad no es lineal, ni circular, ni piramidal, sino que es «vital» y siempre en «proyecto de realización». Fernando miró con ojos constructivos y renovadores el horizonte de profecía y de testimonio evangélico que mantiene siempre la vida religiosa.

FERNANDO MARTINS SE HACE FRANCISCANO
No sabemos con exactitud cuándo llegaron a Coimbra los «hermanos menores» o «franciscanos»; lo cierto es que en la segunda mitad del año 1219 ya se encontraban en la entonces capital de Portugal. Bajo el ministerio de fray Juan Parenti, primer ministro provincial de España, se extendieron por la Península Ibérica, su campo de misión.
En Coimbra se van a albergar en el pequeño eremitorio de Olivais, dedicado a San Antonio Abad. El año 1219 Fernando Martins, ya sacerdote y con una buena cultura teológica, va a ser cuestionado por las notas peculiares de la nueva Orden: su vida de fraternidad, su predicación, su acercamiento a los pobres y marginados de la sociedad y de la Iglesia, su itinerancia, el servicio y trabajo para ganarse el sustento, el recurso a la limosna sólo en caso de necesidad...
La tensión que vivía dentro de sí por el clima turbador que se daba en el monasterio y la savia renovadora que percibía en la fraternidad franciscana de Olivais, le permitirán profundizar y discernir el futuro de su vida evangélica ante el Señor, y al servicio de la Iglesia y la sociedad, no sin antes causarle una profunda crisis espiritual.
Le inquietaba mantener el espíritu de la abeja que va libando de flor en flor: de la canónica de San Vicente de Fora en Lisboa a la de Santa Cruz en Coimbra, y ahora le atraía el néctar de los «franciscanos».
Un hecho le animó a dar el paso decisivo hacia la nueva Orden: la llegada a Coimbra, y en concreto a Santa Cruz, de los restos mortales de los protomártires franciscanos, Berardo y compañeros, cuya fiesta se celebra el 16 de enero, muertos en Marrakech. El emir marroquí permitió al príncipe Pedro de Portugal, hermano del rey Alfonso II, desterrado en Ceuta, recoger sus restos. Los acompañó hasta Astorga, luego su capellán, Juan Roberti, condujo las reliquias a Coimbra, a la iglesia de Santa Cruz. Para acoger y acompañar las reliquias de los mártires, el ministro provincial de España, Juan Parenti, fue a la capital del reino. Él recibió a Fernando Martins en la fraternidad de los hermanos menores.
La ceremonia de paso de una orden a otra, de los Canónigos Regulares de San Agustín a los Frailes Menores, fue muy sencilla, y a puerta cerrada. La ciudad de Coimbra se encontraba en «entredicho». Fernando cambió el hábito blanco del canónigo regular de San Agustín por el sayal ceniciento -y la cuerda que lo ciñe- del fraile menor.

CAMBIO DE NOMBRE
En esa misma ceremonia, Fernando cambió de nombre. Deja el nombre de Fernando por el de Antonio, con el que actualmente lo conocemos. Este hecho, aparentemente insignificante, aporta unas notas peculiares a la vida de Fernando.
Cuenta la tradición que un compañero, al despedirle, le dijo: «¡Vete, ahora te harás santo!» A lo que Antonio le contestó: «Si un día lo soy y lo llegas a saber, darás gloria a Dios».
El salto que el Espíritu le pide dar es considerable: pasar de un monasterio bien consolidado y prestigioso como el de Santa Cruz, a nivel eclesial, social, docente, económico, a una orden de reciente fundación, cuya única fama y reputación -hecha pública por la Santa Sede en algunas cartas enviadas a los obispos de Europa, que habían impedido a sus frailes misionar y establecerse en sus diócesis- se basaba en que sus miembros eran «católicos» y apreciados por el papa. En ese momento era una orden carente de renombre y popularidad ante la sociedad y la Iglesia portuguesas. Muy importante, sin embargo, era el talante de sus frailes, abiertos a los signos de los tiempos y con actitudes y respuestas nuevas a los problemas de la Iglesia y la sociedad del momento.
Otro riesgo que corre, y que siempre le acompañó, es la incomprensión por parte de los suyos, de su familia. Toma el nombre del lugar donde moraban los frailes menores, San Antonio (Abad) de Olivais. Así lo cuenta la Assidua,que afirma que los frailes, ya con Antonio entre ellos, se volvieron contentos al convento, «pero como el siervo de Dios temía el asalto de sus familiares, que lo buscaban, procuró con diligencia eludir cualquier investigación». Y es que su familia, si no había aceptado que entrase entre los canónigos regulares, amparados por la nobleza y la monarquía, de muy mala gana soportaría el paso a una orden desconocida hasta entonces y carente de prestigio y renombre. La misma leyenda añade que Fernando dejó el nombre de pila y tomó el de Antonio «como presagiando ser el gran heraldo de la Palabra de Dios en que él se había convertido». Antonio significa «que canta en voz alta».
La desapropiación de Antonio no se refleja sólo en el cambio de nombre, sino también en el abandono de su tierra portuguesa, para ir primero a una misión negada en Marruecos y, luego, a otra itinerante, fecunda y jugosa, entre el Norte de Italia y el Sur de Francia.

MARRUECOS
En el siglo XIII Marruecos es tierra de misión, en la que el martirio es sólo el punto final del testimonio evangélico, que en el estilo de vida franciscana se inicia viviendo en paz con los pueblos no cristianos, sin disputas ni controversias, sometiéndose a todos por Dios y confesando con la vida de cada día que uno es cristiano. Es posible que conociese el árabe, ya que en Lisboa convivían vencedores y vencidos. Según la tradición, con él se embarca el hermano Felipe de Castilla. Debía ser en otoño de 1219 cuando ambos hermanos menores se dirigen hacia Marruecos, probablemente a Ceuta, aunque en muchas ciudades del Norte de África había pequeños grupos de comerciantes genoveses, pisanos, catalanes, que amparaban a los misioneros franciscanos. Antonio emprende un viaje que radicaliza su opción de vida religiosa, al mismo tiempo que el distanciamiento entre su decisión y los criterios de su familia, con el contraste y la tensión que esto ha producido ya en ambas partes, y no sólo se va a poner tierra de por medio, sino también mar.
Nada más llegar a Marruecos, las ilusiones y el ideal de Antonio van a ser segados por la hermana enfermedad. Una fiebre altísima, la «fiebre malaria», agotaba su organismo. Los cristianos y el mismo hermano Felipe temen por su vida, por lo que determinan que vuelva a Portugal y una vez sano regrese de nuevo.
En esta situación de postración es donde se toca la fibra del genio cristiano de Antonio al asumir la primera bienaventuranza, la de «hacerse pobre», menor. Marruecos será una renuncia más en el rosario de renuncias de su vida, que le capacitará para responder con solicitud a otros proyectos de Dios.
Antonio estuvo unos meses en Marruecos. Fueron meses de desolación, pero no tiempo perdido. Aprendió a reconciliarse con las circunstancias del momento y del ambiente. Su salud se vio comprometida para siempre, con achaques diversos. Supo asumir la muerte de un proyecto, ayudando a nacer otro nuevo, que se irá estructurando con el tiempo y la colaboración de los hermanos de la Orden.

RUMBO A ITALIA
Con la llegada de la primavera, el mar se abrió a la navegación. Todos recomendaban a Antonio que volviese a su tierra, que volviese a Portugal. Apremiado por la enfermedad y los consejos, Antonio -nos dicen las crónicas- toma una nave que se dirigía a las costas de España. Una vez en ellas, se encaminaría hacia Portugal. Sin embargo, las primeras biografías antonianas narran que una tempestad condujo la nave hacia Oriente y que encalló en las costas sicilianas. La Assidua describe el hecho así: «Mientras se preparaba para llegar a las costas de España, por la fuerza de los vientos, se vio abandonado en las playas de Sicilia».
¿Es una tempestad real o una tempestad existencial en la persona de Antonio? ¿Es la tempestad marítima o la tempestad del corazón tan zarandeado del misionero Antonio Martins? Ciertamente, en la mente de Antonio se levanta una tempestad de fuertes oleajes y vientos contrarios, producidos por el fracaso de la misión, la necesidad de volver a su tierra natal, el agotamiento físico por la enfermedad, el recuerdo del descontento de los familiares; todo ello le obliga a una nueva decisión: tomar una nave con rumbo al Oriente del Mediterráneo, a Sicilia, a Italia.
Es una hipótesis que Antonio y el hermano Felipe de Castilla tomasen una nave que desde Marruecos se dirigía a Sicilia. Pero también es una posible decisión que se deduce de la vida de Antonio, y que en este momento abre un claro en su firmamento de negros nubarrones.
Antonio se detiene en Milazzo, donde había una pequeña fraternidad de hermanos menores, quedándose allí el tiempo imprescindible para terminar de recuperarse.

EL CAPÍTULO DE LAS ESTERAS

El autor de la Assidua dice: «Llegó como pudo al lugar del capítulo». Y la Vida Segunda añade: «Débil y enfermizo como estaba, pudo llegar de todas las maneras» al capítulo de las Esteras de 1221.
El cronista Jordán de Giano afirma: «Asistimos a aquel capítulo... alrededor de tres mil hermanos. Francisco predicó a los hermanos, enseñándoles las virtudes y exhortándoles a dar ejemplo de paciencia y humildad al mundo, y también predicó al pueblo».
Durante el capítulo Antonio tuvo la oportunidad de encontrarse con el ministro provincial de España, Juan Parenti, y los hermanos españoles y portugueses que le acompañaban. Antonio decidió no volver con el grupo de hermanos que regresaban a la provincia de España. Antonio, débil y enfermo como estaba, se unirá al proyecto del hermano Gracián, ministro provincial de la Romaña, que abarcaba todo el Norte de Italia.
En la distribución que hace el hermano Gracián de los frailes de su provincia, a Antonio lo envía al eremitorio de Montepaolo, un lugar propicio para la recuperación física y el fortalecimiento y robustez espiritual.




http://www.franciscanos.org/sanantonio/gardin.htm

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