por Juan Carlos Pino Correa
El concepto liberal de la información fue consecuencia de la Independencia de Estados Unidos y la Revolución Francesa, ocurridas en las décadas finales del siglo XVIII, y devino en el siglo siguiente en una doctrina basada en tres principios, según nos lo recuerda Ana María Miralles en uno de sus libros sobre periodismo público.
Esos principios son: el rechazo al principio de autoridad en la construcción de la verdad, el pluralismo de fuentes y de medios contra el monopolio de la palabra y la competencia del público para decidir lo mejor en términos de la concurrencia y competencia de medios.
Pero todos sabemos que esos fundamentos hoy en día parecen formar parte únicamente del deber ser del periodismo porque la realidad, tal como es, nos desborda con su cronología de casos donde sucede justamente lo contrario.
Nuestro país tiene, como siempre, ejemplos de antología. Del último me enteré el pasado fin de semana leyendo en línea un artículo de El Espectador bajo el título De: Presidencia, para: los periodistas. En resumen: La Casa de Nariño ha elaborado un Manual de Redacción que regalará, además de a sus colaboradores, a periodistas de medios de comunicación y a Facultades de Comunicación Social y Periodismo. Sin ningún trasfondo, por supuesto, sólo buscando “que los periodistas sean objetivos a la hora de informar”.
¡Una joya! ¡Una prodigiosa epifanía!
Que se lo obsequien a los funcionarios de Palacio y del Gobierno en sus diferentes niveles, vaya y venga, pero ¿a los medios de comunicación y a las facultades?
Lo triste es que sin duda en estos últimos escenarios habrá también quienes lo apliquen a ojo cerrado, sin siquiera hacer el más mínimo esfuerzo crítico en develar el contenido encubierto ni las trampas del poder.
A contrario sensu, me parece que la actitud más adecuada, en este caso, será hacer una revisión con lupa a tan “inocente e inopinado obsequio” y realizar con los estudiantes un minucioso y exhaustivo análisis que dé cuenta de las múltiples maneras cómo se manifiestan el poder y sus tentáculos. E insistir, también, en que aún se sigue manteniendo el concepto de objetividad como un mito cuando en realidad es un artificio, y que de verdad lo que debe prevalecer es la honestidad y la responsabilidad social como manifestación de una conciencia ética en la construcción de sentido que entraña toda información periodística.
Creo que conviene no olvidar, a pesar de que parece a estas alturas un tanto inocente, que el periodismo debe ser (otra vez el deber ser) la conciencia de una sociedad.En este país, como en todos, parece una utopía. ¿No?
jcpino1968@hotmail.com - jmailto:jcpino@unicauca.edu.co
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