Por Monica Dayana Barreda
Un día, en la gran montaña, lleno de muchos animales, había un toro, no un toro cualquiera, sino el que mandaba, el más alto y más apuesto y al que conocían como “Rey Iván”.
Llegué con mis padres y mi hermano a ese lugar, no conocíamos a nadie, ni imaginábamos que ese sitio estaba lleno de luz y armonía. En poco tiempo, nos dimos cuenta que solamente peleaban los toros cuando las vacas estaban listas para tener ternerito. Y quién se lo iba a imaginar, como no encontramos casa, nos fuimos a ver ese sitio y nos tocó la lucha con todos los toros que peleaban por tener la mejor vaca.
En esa fecha fue que conocí al toro más alto y fuerte, yo me quedé paralizada, mi mascota salió de inmediato a ladrar para que dejaran de pelear entre ellos. Producto de esas peleas, en aquellos días murieron más de quinientos toros y el Rey Iván quedó mal herido, no podía caminar, ni siquiera pararse. Echado y sin ánimo decidió darle el trono a otro ejemplar. Con mucha tristeza les dijo a las vacas ¡déjenme solo, aquí moriré!
Detrás de un árbol yo estaba escuchando lo que pasaba, cuando todos se fueron, me acerqué y le dije: no te desanimes que te ayudaré para que te mejores. Le di un calmante para el dolor, lo acaricié y le di todo mi apoyo, más comida.
Ante lo ocurrido, el toro me dijo que nunca había pensado que un humano fuera tan amable. Paso a paso, el toro se fue recuperando y nos volvimos amigos. Pero cierto día, llegó una de mis primas y se volvió su mejor amiga. Luego yo me pregunté ¿Por qué ella es su mejor amiga y yo no? Me puse a pensar, luego de un largo rato me dije, él la quiere a ella porque es muy juguetona y yo no tanto, pero esa no es razón para que yo también sea su amiga.
Después de un tiempo, hablando con el toro, le explicamos que no es bueno pelear entre los mismos toros, ya que cada uno puede tener su pareja o su compañera, o sea la madre de sus hijos. Así fue que él volvió a ser Rey y esto se cumplió por largo tiempo.
Pasaron los años, mi prima, Rey Iván y yo estábamos bastante viejos. Entónces cierta noche nos pusimos a hablar y le dije: ¿te acuerdas del calmante que te di cuando estabas enfermo o herido? Enseguida me dijo: Bueno sí, y a todas estas ¿cómo se llamaba ese calmante tan bueno? Le comenté que se llamaba oxitetraciclina, ¡esa droga fue la que te salvó de la muerte! agregué. Muy cierto, respondió. Enseguida dijo mi prima ¿Qué vamos a hacer aqui en la selva de Buenos Aires? En ese instante, el Rey Ivan, nos comunicó que necesitaba nombrar otro rey porque estaba muy cansado y no trabajaría más. Pues bien, esta fue la excusa para que mi prima y yo viviéramos más tranquilas, sin más toros y más terneros que mandar, aunque ya teníamos nuestros hijos y demás familiares.
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