martes, 29 de julio de 2008

LA MUERTE DEL RELOJ




Por: MARIA PAULA CÓRDOBA ARCOS

Había una vez un reloj, el más grande y exacto del mundo.


Aquel reloj era el encargado de llevar el compás del tiempo.


Éste ocupado reloj vivía en una grande y hermosa torre, donde todo el mundo podía observarlo, vivía muy cómodo, a él nada le faltaba, pues aparte de que parecía tenerlo todo, era muy bien tratado ya que era lo más importante y esencial de la ciudad de Templanza. Su lecho era el más elegante y sobresaliente de toda la ciudad, sus acompañantes eran inmensos pilares forjados de acero con enchapes en plata, quienes lo sostenían en lo alto, para brindarle tributo a él mismo, pues en dicha ciudad lo querían como un Dios.


El reloj, incansable funcionaba día y noche, noche y día, bajo sol, frío, tormentas pero a él nada le importaba, tenía en claro la responsabilidad que cargaba frente a sus compañeros y en lo necesario que era para los ciudadanos.


En medio de tanta felicidad el reloj guardaba un solo temor: que sus piezas se cansaran y dejaran de funcionar, siendo así el fin de su existencia. En el paso de los años al transcurrir en si mismo el tiempo, empezó a notar que sus partes, los números, engranaje, puntero y resortes se estaban desuniendo y esto lo empezaba a preocupar.



Sin esperar a que más tiempo transcurriera trató de organizarlos, comprenderlos y escucharlos, pero ninguno hizo caso por remediarlo; por lo contrario, siguieron las peleas y disputas, pues el puntero alardeaba todo el día diciendo que sin él, no habrían horas, llenando así a todos los demás que escuchaban de amargura, su pequeña boca se rebozaba de sátiras: el mundo lo muevo yo, yo soy el gran jefe del tiempo, yo lo divido, lo administro y él va corriendo tras mis pies, no existe nada que me pueda parar, nada logra detenerme… discurría el puntero, pero llegó el día en que todos sus compañeros ubicados en sus espaldas se cansaron, no aguantaron más tantas humillaciones y mal agradecimientos, sabiendo que ahí todos necesitaban de todos. Fue ahí cuando los engranajes quebrados dejaron de moverse, el resorte de estirarse y los números vestidos de oro se lanzaron de la alta torre cayendo al suelo todos murieron. El reloj inundado de lágrimas trataba de cogerse por todo lado para retener el daño, pero la desesperación no lo dejó, ya todo había quedado destruido, ahora el ex gran reloj no tenía ni horas, ni minutos, ni segundos de vida.






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