Leopoldo de Quevedo y Monroy
Colombiano
El ser humano es sensible a lo que ocurre en su entorno porque tiene cinco o más antenas que le alertan y conectan con las cosas. No sabemos si ocurre lo mismo con nuestros primos y primas –los animales y las plantas-. Cuando el sentido óptico se tropieza con la azucena, la niña se alboroza y salta de contenta de ver su blancura, sus largos pétalos y los seis estambres que la adornan. Las membranas de la nariz se alborotan y captan de inmediato sus aromas. Los efectos que produce su fragancia causarán en algunos, sensaciones de placer o de rechazo. No a todos gusta el olor que la bella flor expide.
El humano siempre será un niño en su interior y se resiente ante una mínima mirada en que note descontento. Las llamadas de atención, los tachones del profesor en su cuaderno o la negativa a un capricho le llenarán de ira y rencor el pequeño cofre que guardará sus recuerdos.
¿Por qué será que desde niño el hombre no aprende a comprenderse, a ver que es un ser entre el saber y la ignorancia, entre la indecisión y la certeza, entre la probabilidad y la elección correcta? Le tememos a la reflexión, a que seamos mirados con lupa o que una cámara discreta nos retrate como somos, con aciertos y defectos.
¿Es tan peligrosa la palabra “crítica”? Busqué su raíz griega para examinar de donde deriva y encontré: separar, distinguir, escoger, preferir, decidir, en sus primeras acepciones. Luego juzgar condenar, explicar, interpretar o resolver.
En efecto, el significado de la palabra “crítica” ha sido desviado en el lenguaje. La cara de la crítica se desfiguró y los sabios la subdividieron en los manuales en constructiva y destructiva. Hoy nadie acepta que la crítica ayuda a separar lo útil de lo que estorba, distinguir lo que se ve o de lo que se esconde, escoger lo importante de lo secundario, preferir lo necesario de lo banal, decidir entre hacer o dejar de lado. Más bien, se tiene el prejuicio de que la crítica destruye, porque exige y no deja que el hombre se equivoque. Prefiere el aprendizaje con el error y el laissez faire. No permite el juicio de valor ajeno, porque juzga, condena, y resuelve por el otro.
La crítica dejó de ser el cedazo suave que cuela lo que sobra, que separa los cereales de la piedrita que rompe el diente. La madre ya no peina con cariño al hijo, el padre no ayuda al hijo cuando le pide auxilio, el maestro no muestra al alumno cómo se pesca en el río. Todo es vaguedad, todo es afán, todo es regla o regaño, tijera para cortar el ala que pide más cordel. Por eso es que duele la palabra crítica y más parece cuña que aprieta que brazo que levanta a quien va a caer, o agua que refresca la sed de saber más.
La crítica en el arte, en la educación, en las cosas públicas es necesaria y útil. Es parte de la democracia. Es la única manera de mostrar el pueblo por donde van los ríos, dónde están los problemas, para que el Estado vea y no cometa errores. El pueblo es una voz que no tiene zurriago, no tiene cara de niño, pero siente donde le duele. Hace falta que el padre lo escuche y no se haga el sordo por más música que le toque la orquesta de aduladores.
02-10-08
Colombiano
El ser humano es sensible a lo que ocurre en su entorno porque tiene cinco o más antenas que le alertan y conectan con las cosas. No sabemos si ocurre lo mismo con nuestros primos y primas –los animales y las plantas-. Cuando el sentido óptico se tropieza con la azucena, la niña se alboroza y salta de contenta de ver su blancura, sus largos pétalos y los seis estambres que la adornan. Las membranas de la nariz se alborotan y captan de inmediato sus aromas. Los efectos que produce su fragancia causarán en algunos, sensaciones de placer o de rechazo. No a todos gusta el olor que la bella flor expide.
El humano siempre será un niño en su interior y se resiente ante una mínima mirada en que note descontento. Las llamadas de atención, los tachones del profesor en su cuaderno o la negativa a un capricho le llenarán de ira y rencor el pequeño cofre que guardará sus recuerdos.
¿Por qué será que desde niño el hombre no aprende a comprenderse, a ver que es un ser entre el saber y la ignorancia, entre la indecisión y la certeza, entre la probabilidad y la elección correcta? Le tememos a la reflexión, a que seamos mirados con lupa o que una cámara discreta nos retrate como somos, con aciertos y defectos.
¿Es tan peligrosa la palabra “crítica”? Busqué su raíz griega para examinar de donde deriva y encontré: separar, distinguir, escoger, preferir, decidir, en sus primeras acepciones. Luego juzgar condenar, explicar, interpretar o resolver.
En efecto, el significado de la palabra “crítica” ha sido desviado en el lenguaje. La cara de la crítica se desfiguró y los sabios la subdividieron en los manuales en constructiva y destructiva. Hoy nadie acepta que la crítica ayuda a separar lo útil de lo que estorba, distinguir lo que se ve o de lo que se esconde, escoger lo importante de lo secundario, preferir lo necesario de lo banal, decidir entre hacer o dejar de lado. Más bien, se tiene el prejuicio de que la crítica destruye, porque exige y no deja que el hombre se equivoque. Prefiere el aprendizaje con el error y el laissez faire. No permite el juicio de valor ajeno, porque juzga, condena, y resuelve por el otro.
La crítica dejó de ser el cedazo suave que cuela lo que sobra, que separa los cereales de la piedrita que rompe el diente. La madre ya no peina con cariño al hijo, el padre no ayuda al hijo cuando le pide auxilio, el maestro no muestra al alumno cómo se pesca en el río. Todo es vaguedad, todo es afán, todo es regla o regaño, tijera para cortar el ala que pide más cordel. Por eso es que duele la palabra crítica y más parece cuña que aprieta que brazo que levanta a quien va a caer, o agua que refresca la sed de saber más.
La crítica en el arte, en la educación, en las cosas públicas es necesaria y útil. Es parte de la democracia. Es la única manera de mostrar el pueblo por donde van los ríos, dónde están los problemas, para que el Estado vea y no cometa errores. El pueblo es una voz que no tiene zurriago, no tiene cara de niño, pero siente donde le duele. Hace falta que el padre lo escuche y no se haga el sordo por más música que le toque la orquesta de aduladores.
02-10-08
11:55 a.m.
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