jueves, 25 de noviembre de 2010

INDISCIPLINA EN LOS COLEGIOS ENCOPETADOS

Algo inusitado estaba ocurriendo ese día en aquel renombrado colegio. Vía facebook, los estudiantes acordaron como momento conspirativo la hora del almuerzo en el restaurante escolar. De un momento a otro, ante la señal convenida, los alegres comensales se enfrentaron a una batalla campal sin precedentes: una lluvia torrencial de frutas, ensalada, papas y carnes cayó sobre los concurrentes, al compás de un inusual zapateo y un ruidoso “happy birthday”.

Los adustos directivos del centro educativo abandonaron su frío racionalismo y llenos de indignación y estupor, exigieron actos de desagravio y contrición a los alumnos insurrectos y a sus atribulados maestros, convertidos por obra y gracia del reglamento escolar en guardianes del reclusorio. Aún siguen sin encontrar una explicación “objetiva” a semejante acto de indisciplina que riñe con la moral cartesiana del plantel. Por lo pronto se anuncian medidas ejemplares tales como reconvenciones, suspensiones y el cierre temporal del comedor.
No lejos de allí, en esa extraña y paradójica discontinuidad del ahora educativo, en otro encopetado colegio, un grupo de padres exaltados protestaba por el pago obligatorio de rifas, bonos, cuotas y acciones; la mediocridad de los maestros; el cobro de intereses por mora en el pago mensual y la venta de textos escolares y uniformes a un precio 8 veces más allá de su costo normal (10 dólares vale “Scholastic” en cualquier tienda gringa). Empampirolados con una mal entendida “autonomía escolar”, sus directivos se resisten a aceptar que el servicio educativo en nuestro país es público y no privado.
Ciertos colegios ostentan en su filosofía heráldica y medioeval ser guardianes del orden y las buenas costumbres y adoptan medidas disciplinarias de corte monacal y feudal: proscripciones, conculcaciones, extrañamientos, castigos, discriminaciones, marginamientos, confinaciones, maniqueísmos y exclusiones; escarnios infames y tratos degradantes; audiencias (“consejos de apelación”) que nos recuerdan los viejos tribunales inquisitoriales de corte católico, calvinista o anglicano.
La biblioteca convertida en calabozo, los libros en grilletes y los cuadernos en expedientes policivos; los manuales de convivencia transmutados en edictos prohibitivos y en códigos presuntuosos de mala fe, todo un atentado aleve y torticero contra el libre desarrollo de la personalidad. Aún así, en esos centros educativos se sigue insistiendo en su condición de no ser reformatorios, pero las evidencias vivenciales y cotidianas hacen creer lo contrario.
Devotos del dogma educativo, se rasgan sus raídas vestiduras magisteriales e invocan la exorcizante grey del santoral pedagógico para conjurar los males que se ciernen sobre el cuerpo desfalleciente de la secular escuela: Comenius, Rousseau, Pestalozzi, Dewey, Montessori y Freinet. Otros herejes como Loris Malaguzzi o Paulo Freire recomiendan para el desarrollo de una pragmática escolar, abjurar del mentirologio pedagógico y didáctico tradicional y exhortan, de una vez por todas, a ejercer el desaprendizaje y a refundar el sistema educativo.

JORGE ROBLEDO

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