Las cómodas y curiosas declaraciones de varios rectores de instituciones educativas ubicadas en los 4 puntos cardinales del Área Metropolitana sobre diversos hechos de violencia, abren de nuevo el debate sobre el impacto ético, curricular y pedagógico de la educación que se imparte en muchos centros escolares que se jactan de ser modelos de enseñanza más que de aprendizaje.
“Son riñas callejeras porque los alumnos respetan su colegio”. “Ese hecho delincuencial no compromete a nuestra comunidad educativa porque todo sucedió por fuera de ella”. “Si se hicieran más allanamientos y operativos de desarme, nuestros centros educativos serían verdaderos territorios de paz”. “Los directivos y profesores no se hacen respetar. Aquí lo que hace falta es ‘mano dura’. Tenemos que acabar con tanta permisividad”. “Los manuales de convivencia son letra muerta. Si se hicieran cumplir y se expulsara a los violentos, las cosas cambiarían en nuestra institución”. La lista de explicaciones extraña y (e) alusiva, es variopinta e interminable.
Nuestro flamante MEN con su portafolio de soluciones mágicas y su rutilante staff burocrático de investigadores y consultores, plantea la necesidad de redefinir una nueva práctica cultural y formativa que gire en torno al desarrollo de las “competencias ciudadanas”. Esto implicaría rediseñar un currículo e implementar nuevas estrategias y criterios evaluativos centrados en el aprendizaje significativo y autónomo que respondan a las realidades conflictivas que enfrenta el mundo educativo del siglo XXI, desafíos socioculturales, filosóficos y epistemológicos, más urbanos que rurales, codificados hoy día a través de modelos pedagógicos anacrónicos, estériles e incoherentes.
Estos modelos, como las modas gerenciales, también hacen su fastuoso desfile de pasarela: conceptual, cognitivo, operativo, histórico-cultural, conductista, autogestionador, constructivista, sistémico, neurolingüístico… No es de extrañar pues, que nuestra mirada sobre los fines, principios y valores de la escuela sea tan miope y contradictoria. Faltaría agregar a esto, la cómoda afección por las políticas centralistas y tecnócratas del MEN y los intentos fallidos por hacer un rediseño curricular que termina siendo, como en nuestro caso, un proyecto errátil, costoso, repentinista, banal y descrestador.
Compartir experiencias de liderazgo etopedagógico; entronizar una cultura democrática, participativa y transformativa; desmitificar nuestros mentirosos y formateados índices de cobertura y calidad; dejar de percibir la institución escolar como una burbuja social; articular los Proyectos Educativos Institucionales (PEI) a los Comunitarios (PEC) y revitalizarlos; propugnar por la dignificación y el bienestar del (dis) docente y el respeto por sus libertades y sus derechos; celebrar pactos dialógicos escolares que humanicen y armonicen las relaciones entre los agentes educativos…
Sólo así lograremos que nuestra práctica educativa como criterio de verdad, legitime nuestros imaginarios ciudadanos y pacifistas personales y colectivos.
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