martes, 20 de noviembre de 2012

III CONCURSO NAL DE HISTORIAS DE AMOR


CATEGORIA 2 SEGUNDO PUESTO

NO ERA UNA LÁGRIMA, ERA PERLA

Ella era tan suya que ni el mar le podía arrancar ese sabor agridulce a noches perdidas, era libre, no como el viento sino junto a el, tenía los cabellos largos como las madrugadas en vela y una sonrisa de luna llena, era ella, la de pelo enredado, besos viejos, desgastados, la que intentaba amar en la banca más sucia y triste de un parque donde el vaivén de los columpios se hacían recuerdo, aquel parque de su infancia donde ya nadie quería jugar, donde las horas se le escurrían por el cuerpo y la tristeza desbordaba sus ojos caídos.

Perla, así le había puesto su madre deseando recordarse en ella, quizá por eso sin saberlo tenía un pasado más viejo que sus 26 años y una melancolía que le agarraba tan fuerte el alma, que le obligaba cada tarde a caminar y la abandonaba a merced de la misma banca sucia donde soñaba con los ojos abiertos y la esperanza frágil pero aún viva.

Ese día en que la tarde volteó para mirarla con ojos aturdidos y sacudirle el polvo que llevaba en el corazón, salió de casa dispuesta a lo de siempre, un torrente de pasos sin sentido uno tras otro, los más veloces que tocaron esas tierras, una marcha absurda como si quisiera llegar a algún lado, cuando su única cita era con un montón de troncos hechos silla en un parque al que ni siquiera los pájaros se arrimaban a reposar y con esa maraña de sueños enredados hechos de llanto y algo más. Así se extinguieron sus pasos del camino, llegando a su refugio de madera seca donde se fue perdiendo en la mirada profunda de unos ojos miel que se habían posado en los suyos, los de un ser desconocido que se había aventurado a entrar en aquel parque viejo lleno de soledad, y se había disipado en el silencio cálido de las horas, en la misma banca triste que Perla regaba cada tarde con sus lágrimas.

No hubo nombres, tristeza, ni llanto, no hubo nada de lo que solía haber, ni siquiera el silencio era el mismo, solo existían sus manos besándose en danza ritual y sus miradas penetrándose tan hondamente que ambas almas se estremecían al son de las manecillas afónicas del tiempo. Se habían desmoronado los ahogos, se había derretido ese frío de la soledad, supieron entonces que se habían encontrado, nacido para limpiarse las tristezas y para dejarse, porque la perfección es efímera y aquel encuentro ya era inmortal.


Yinna Isabel Ortiz Ordoñez

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